Así
definía a los ciclistas el periódico francés Le Figaro. No
estoy de acuerdo con tan categórica afirmación. Poseo mi propia bicicleta
con la que he disfrutado mucho y sigo haciéndolo, aunque ahora de manera esporádica.
Además, conozco a mucha gente que también la utiliza de forma prudente
y respetuosa tanto con el ambiente como con las demás personas y vehículos.
Muchas
ciudades españolas gobernadas por ediles postmodernos han construido
unos carril-bici
que, en la mayoría de casos, son ilegales. El Reglamento General de Circulación
regula el desplazamiento de vehículos y personas en los lugares públicos de
todo el ámbito nacional; su artículo-121 apartado-5 dice: LA CIRCULACIÓN DE TODA CLASE DE VEHÍCULOS EN
NINGÚN CASO DEBERÁ EFECTUARSE POR LAS ACERAS Y DEMÁS ZONAS PEATONALES. Esta
ley es de rango superior a las normas que reglamentan los carril-bici, reglado
por Ordenanzas
Municipales; sobre la velocidad de las bicicletas nos dicen que EN
CARRILES-BICI SOBRE LAS ACERAS, LA VELOCIDAD MÁXIMA SERÁ DE 15 KM/H; y
que cuando dicho carril esté EN CALLES Y ZONAS PEATONALES, LA VELOCIDAD
MÁXIMA SERÁ DE 10 KM/H. Sin embargo, comprobamos que en tales espacios circulan
impunemente sobre su bicicleta numerosos imbéciles a más de 50
km/h, incluso cuando la velocidad permitida para automóviles por esa
misma zona es de 30 km/h.
Muchos
de estos idiotas invaden parques, jardines o paseos marítimos, circulando por
donde les viene en gana, por el carril o por fuera de él, a toda leche. Ponen en
peligro la integridad de la gente, incluidos ancianos y niños. De manera abusiva,
porque la policía vigilante recibió órdenes de sus impresentables superiores
políticos para hacer la vista gorda. Los munícipes, en su afán de
conseguir votos de los ecológicos energúmenos sobre ruedas,
muestran igualmente imbecilidad al olvidar que el peatón cabreado también
vota.
Otros
munícipes, verdaderamente gilipollas, patrocinaron carril-bici sobre las aceras
que rodean algunos hospitales. Enfermos, visitantes y
ambulancias deben competir con enloquecidos ciclistas cuando salen
de Urgencias, Rehabilitación o de cualquier otro pabellón. Porque siempre hay
algún tonto rodante convencido de que tiene la preferencia.
Esporádicamente
vemos a algún ciclista circulando por la calzada. Pero pocos son los que respetan
las normas
de tráfico: ni señales, ni semáforos, ni pasos cebra. Muchos gustan de
vestir ceñidas indumentarias que muestran sus diversas deformidades
corporales; el problema es que se atavían de colores oscuros,
imposibles de distinguir en horas de poca luz. Añadimos que únicamente las
bicicletas de alquiler llevan luces. Y que el ciclista circula con
auriculares
que impiden percatarse de la presencia del automóvil. Pues será fácil atropellarles:
el ciclista, junto a su estulticia se llevará la peor parte.
Hace
ya muchos años que dejé de salir en bicicleta por carretera. El verme
perseguido por camiones de gran tonelaje me acongojó, y no lo hice más. Sin
embargo, cuando circulo en coche veo a muchos insensatos marchando en parejas
o tríos obstruyendo, por sus cojones, cualquier carretera sin arcén. Y
ello sin distinguir si el que les persigue es paciente y respetuoso con
ellos, o más bien un loco cargado de una mezcla de
estupefacientes, que si se cabrea los mata.
En
toda guerra pagaron justos por pecadores: posible será que le ocurra el
accidente al ciclista más sensato. Pero otras veces, es el imbécil
sobre ruedas el que lo provoca. Y el que sean ellos los que
vayan a sufrir el mayor daño físico (que el psicológico se lo llevan todos) no
les redime de su imbecilidad.
Cuando
algún peatón, por despiste o necesidad invade el carril ciclista,
aun siendo un seto ilegal pintado sobre la acera, los imbéciles, convencidos de
su preferencia, se ponen como unos cafres obligándoles a abandonarlo,
incluso a golpes. Y al caminante no le queda más remedio que defenderse
lanzándoles a la cabeza, antes de que escapen, lo primero que se tenga a mano.
La
permisividad
demagógica le genera al estúpido la creencia en su derecho a hacer lo que le sale del arco
del triunfo. Lo cual conduce a que prevalezca la ley de la selva. Y, en
nombre de dicha ley, a uno le entran ganas de inundar las aceras y los
carril-bici con puntiagudas chinchetas. Lo merecen los
susodichos mentecatos. Pero podrían también clavárselas los inocentes
perros de la calle, y eso nos disuade. Hemos visto a más de un anciano
que sale a pasear con su bastón, más que para apoyarse, para arrearle al ciclista
impertinente.
La
bicicleta es un vehículo de tracción animal. Muchos de los animales que tiran
de ella, más que humanos, son verdaderamente unos bichos salvajes. Todos
conocemos a algún transeúnte que sufrió en sus carnes el trauma provocado por
algún imbécil rodante.
Los
amantes
de la bicicleta deberíamos denunciar intensivamente esas
actitudes. Tanto las de los ciclistas incivilizados, como las de
permisividad
de mandatarios hacia los imbéciles que pedalean. Ciclista y peatón (aun siendo
la misma persona) no son compatibles, así que si queremos promocionar la bici
segura, es necesario construir circuitos exclusivos y con garantías
para que quien pedalea pueda circular disfrutando sin peligro para nadie.