-No hermosa, ese otro supositorio se lo va
a poner tu madre, ¡Con lo que rasca!
-¿Cómo que rasca?
-¡Pues claro que rasca! ¡Rasca un horror!
¿Te enteras? ¡Un horror!
-Pero, hombre, ¿cómo va a rascar un
supositorio?
-¡Yo que sé cómo! ¡Lo que yo sé es que
rasca! ¡Vaya si rasca! Prefiero las anginas a los supositorios; antes, cuando
no había supositorios, las anginas se quitaban solas, soplando bicarbonato y
dándose toques con glicerina yodada. A mí, déjame en paz.
Mi mujer, que no
entendía nada, me peló un supositorio y me lo pasó por el dorso de la mano.
-¿Cómo es posible que digas que esto rasca?
Guardé silencio; en
mi obnubilada mente acababa de nacer un rayito de claridad. Cuando entendí lo
que pasaba, volví a hablar.
CAMILO JOSÉ
CELA (“La Colmena”)
Esto ahora nos da risa. El que
más o el que menos pelará el supositorio antes de metérselo por el ojete. Pero la
situación descrita es similar a la que asiduamente nos vemos al enfrentarnos con los nuevos aparatos sin instrucciones y que son imprescindible para
desenvolvernos en la vida moderna.
Deberíamos sublevarnos contra
esos comerciantes a los que sólo les interesa vender y después, a complicarnos
la vida.